Cuando nacieron, a finales de los 60, su orientación sexual era considerada una enfermedad y en España un delito por el que podías ir a la cárcel.
No tuvieron referentes y crecieron sabiendo que “maricón”, además de un insulto recurrente, era algo que no debían ser. Hablando con ellos nos damos cuenta de que lo más castigado era tener pluma y dejar ver que podías ser gay.
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Cuando nacieron, a finales de los 60, su orientación sexual era considerada una enfermedad y en España un delito por el que podías ir a la cárcel.
No tuvieron referentes y crecieron sabiendo que “maricón”, además de un insulto recurrente, era algo que no debían ser. Hablando con ellos nos damos cuenta de que lo más castigado era tener pluma y dejar ver que podías ser gay.
Conocerse fue el motivo que les empujó a salir del armario. Los dos tenían motivos para continuar en él, pero no querían seguir ocultándose. Estaban seguros de su amor y decidieron ser fieles a su propia condición, como mínimo con sus familias.
Tenían mucho miedo, pero para sorpresa de los dos, sus allegados fueron más comprensivos de lo que esperaban.
Los primeros años de relación vivieron en Zamora y Valladolid, pero eso no les eximía de recibir comentarios de los vecinos del pueblo de Jesús, Villalpando.
Ahora viven en una dehesa de esta pequeña localidad donde son ganaderos y tienen contratados a varios trabajadores. Saben que si son aceptados es porque, entre otras cosas, no se muestran como cualquier pareja heterosexual. No fue fácil acostumbrarse a ser la comidilla de todo el mundo.

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Jose vivió la etapa más dura del SIDA. Recuerda cómo de concienciados estaban con el uso del preservativo: “nadie quería jugarse la vida”. Perdió a tres amigos (quiso rectificar una vez grabada la entrevista) y se estremece al pensar en aquella época dolorosa.
Jesús, en cambio, no había empezado a vivir su sexualidad y por tanto no tiene ninguna experiencia relacionada con aquella fase de la enfermedad.
Jesús y Jose llevan 21 años juntos, pero todavía no se han casado.
En breves formalizarán los papeles para contraer matrimonio.
A pesar de que a los dos les hubiera gustado tener hijos, nunca se lo han planteado de manera firme. Pensar que su hijo podría sufrir la homofobia que ellos han recibido les echó siempre para atrás.
Diferencias no tan extremas entre la homofobia en un pueblo pequeño y en una gran ciudad
Christopher Casas nació en 1991 en un pueblo de Cuenca que por aquel entonces tenía unos 500 habitantes. Vivió allí hasta los 14 años, luego se trasladó a Valencia, donde más tarde estudió periodismo. Ahora vive y trabaja en Barcelona.
La única agresión física que ha sufrido, al grito de “maricón”, fue en unas fiestas de barrio de la capital catalana. A pesar de haber tenido que lidiar con una amiga especialmente homófoba, nos cuenta que su salida del armario le dio una lección sobre la ruralofobia que él mismo tenía interiorizada: no tuvo ningún problema cuando confesó su sexualidad a su grupo de amigos del pueblo o a su familia.
Quiere dejar claro que su experiencia no es la de todo el mundo y que él mismo tiene amigos sexiliados, huidos del lugar donde tenían su proyecto de vida por motivo de su orientación afectivo-sexual, en Barcelona o Madrid.
Entiende que es más difícil ser gay en Mollerussa que en Barcelona, pero que desde el propio colectivo se deben evitar los discursos paternalistas para con el mundo rural.
Asegura que le da miedo la España que viene y que hay que ser más fuertes que nunca.
Christo Casas escribió un hilo sobre la experiencia de salir del armario donde aseguraba que no solo se sale una vez. Tuvo más de 18.000 me gustas y 8.000 retuits.